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DE LA TIERRA A LA LUNA Ida y vuelta en motocicleta América del Sur Ruta Azul 1
11/11/21 Por: Gema de los Reyes

 
Viajar es descifrar el mundo con los ojos, 
y escribir el viaje es registrar el espacio (P.Almarcegui)
 

Por: Gema de los Reyes.
Aunque actualmente estamos en un momento donde el libro de viaje ha perdido mucho interés debido a que aparentemente quedan pocos rincones del mundo por explorar y cada vez hay más información práctica para turistas que relatos experimentales de los viajeros, aparece en De la tierra a la luna, ida y vuelta en motocicleta donde se muestra un viajero que se traslada de un sitio a otro buscando el conocimiento y la compresión de otras culturas a la vez que busca su propia comprensión. 
 

Emilio Scotto ha realizado el viaje más largo de la historia incorporándose en las páginas del Libro Guiness de los récords. 
Comparado con grandes nombres de la historia como Julio Verne o Marco Polo y siendo testigo de grandes acontecimientos históricos de finales del siglo XX, es a día de hoy la gran referencia entre los apasionados de los viajes sobre dos ruedas. 
 
Autor de libros y con más de seiscientos artículos publicados en diferentes medios de comunicación, este argentino viajó durante diez años, visitando doscientos setenta y nueve países, recorriendo setecientos treinta y cinco mil kilómetros, selló las páginas de dieciséis pasaportes además de quemar cuarenta y dos mil quinientos litros de combustible, ochenta y seis neumáticos, once baterías y nueve asientos. 
 
Con firmeza, tesón y perseverancia narra sus aventuras y desventuras sobre su “Princesa negra” al igual que lo narraban los héroes de las grandes epopeyas, de ahí que su obra sea considerada como la gran epopeya del siglo XX sirviendo de referencia a esa parte de la sociedad que disfruta de los viajes en moto.
 
Emilio Scotto estuvo encarcelado, presenció guerras, se entremezcló con grandes personajes de la historia hasta conseguir su sueño, el cual a día de hoy plasma en sus libros de aventuras siendo este lo acontecido en América del Sur. 
 
El que fue bautizado por los medios de comunicación como el Colón en moto, el Último Gaucho, el Último de los Románticos o el Hijo del Sol escribe su libro de viajes en primera persona y tiempo presente. Como él mismo señala lo hace para que el lector cuando lo lea sienta que está viajando en cada página; y desde luego que lo consigue, la sensación que produce es que el libro se está escribiendo in situ aunque realmente el autor reviva lo acontecido página tras página. El autor y el lector van juntos, éste es un espectador casi presente en los sucesos que el autor narra. 
 
Por medio de la primera persona se pone de manifiesto la presencia del autor en lo contado. Autor y protagonista están identificados. Las voces del yo/autor frente a las del yo/protagonista se funden aunque el autor siempre está por encima del protagonista porque cuenta con la información de la vivencia más toda la anterior. 
 
El libro está delimitado en capítulos, cuyos elementos son el propio índice que desde el comienzo marca el mapa del recorrido correspondiéndose con las diferentes etapas del relato. Estos capítulos, los cuales plantean un respiro en la lectura, están delimitados por otros marcadores a los que podemos llamar bloques o escenas que condicionan, a la vez que moderan y enriquecen los sucesos que se producen en determinados lugares haciendo que el texto tenga variedad y juego en su lectura. 
Los capítulos se articulan unas veces de modo espacial “Manaos, la gran ópera de la selva” , “El tesoro de Orellana”, otros de manera temática “Explorando un continente” y otros con aspecto temporal como en el caso del capítulo denominado “En el principio”. 
Me encanta como el autor crea los títulos, sabiéndolo o no, recurre a todas las tendencias que han sido utilizadas en los libros de viajes a lo largo de la historia, como por ejemplo, títulos que traducían energía y esfuerzo como en el caso de la época medieval o renacentista, títulos donde las metáforas designan circunstancias vinculadas a los destinos como sucedía a partir de los años cincuenta, etc. Hay que destacar títulos como “Donde las águilas se atreven”“Pisadas en la luna” “Bendito carnaval bendito”. En cuanto al flamante título de este libro y los siguientes, no cabe interpretación ya que el propio autor lo desvela en artículos y entrevistas. 
 
Cabe destacar la inclusión de un primer texto que el autor lo introduce a modo de prefacio dividido también en escenas, pero que de modo inteligente ya te señala lo que vas a poder encontrar en el libro: aventura, sentimientos, emociones, reflexiones, simbolismos, dificultades, etc. Desde este momento ya se ve como el autor juega con el factor sorpresa ante lo desconocido, a diferencia de lo que se puede encontrar en otros relatos de viajes, donde la información es amplia, pero en la mayoría de las veces los relatos se quedan en la superficialidad.

Los momentos narrativos individuales, a los que he llamado escenas, se encadenan unas con otras formando el cuerpo del relato. En estas escenas el autor cuenta lo que ve, haciendo al lector tomar conexión con el entorno, como por ejemplo cuando muestra a todos los hombres del barco que van ascendiendo por el Amazonas a la hora del almuerzo. El libro está repleto de bloques de contexto, por ejemplo cuando habla de la historia de una ciudad y también se pueden encontrar núcleos o puntos de giros que son situaciones narrativas que cambian o modifican el curso de los acontecimientos, por ejemplo la parada y estancia en Santaren. Estos puntos son muy interesantes porque convierten el texto, ya que suelen ser situaciones de incertidumbre que normalmente transforman el resultado final del relato, hay un antes y un después en el desarrollo del viaje. 
Pero si hay algo que el autor realiza con gran maestría es mostrar los imprevistos. Son situaciones en las que interviene el azar no deseado creando giros inesperados y emociones. Como se suele decir “si no hay conflicto no hay historia”.
 
“Los primeros viajeros a África siempre tuvieron claro que un caníbal era mejor protagonista que un misionero” (P. Theroux). 

Aquí podríamos citar muchos momentos, como por ejemplo: el robo de sus bolsas de viaje, la gran tormenta “El niño”, numerosas situaciones de peligro, etc. 

Al hablar de las sensaciones del lector, nos tenemos que preguntar a qué lector va dirigido este relato. Curiosamente vemos que el libro no tiene un lector definido ni en cuanto a edades ni gustos, aunque siempre señalaremos que el lector aficionado a las motos será el mayor interesado por el medio de locomoción que utiliza para su viaje.
 
No hay edad para leer las aventuras del autor. Las personas de cierta edad encontrarán en él historias familiarizadas en el tiempo y por tanto se identificarán con el momento, pero los más jóvenes leerán relatos de viajes a la vez que aprenderán historia, de ahí que algunos periodista y eruditos llegaran a decir que en un futuro este libro serviría para estudiar y que el autor es el último viajero de un mundo que ya no existe. 
 
“La literatura devuelve una memoria que puede estar borrada, sin costumbrismo ni historias"
La visualidad en un relato es su cualidad plástica, donde las palabras son pinceles y lo que se pinta son las imágenes. El autor página tras página nos muestra su mirada atenta ante todo lo que ve. 
Nunca proporciona una mirada aferrada a tópicos, sino que además de ver también mira, es más, yo diría que “sobremira” ya que interioriza lo que está fuera y lo ve hacia dentro huyendo siempre de esa mirada flotante donde lo que triunfa es la superficialidad.

Puesto que visibilizar es escribir con palabras o dibujar con frases, el autor para crear sus escenas visualiza las atmósferas creando grandes escenarios donde muestra y no explica, los lugares se ven, se pueden observar a través de sus descripciones y narraciones que mezcla en su relato sin ningún tipo de orden. 

Su estructura narrativa está claramente definida, ya que es una estructura lineal estableciéndose una cronología de los hechos de forma ordenada, por lo que el autor registra el tiempo habitualmente en un orden secuencial y contiguo. En cuanto al tema del lugar y del espacio se refiere, es algo más complicado, ya que hay que diferenciar el lugar que sería el sitio concreto donde se encuentra el autor, por ejemplo en Manaos, del espacio que es una percepción subjetiva del lugar. El autor maneja a la perfección los espacios tanto psicológicos (cuando trata a los personajes) como simbólicos (espacios abiertos representan alegría y cerrados opresión) o incluso sociales que hacen referencia a un entorno cultural.
 
Aunque el estilo de un escritor es tan personal como sus huellas dactilares, siempre existe la posibilidad de aplicar algunos baremos para evaluar la calidad estilística de un escrito. El autor con buen dominio de la ortografía, precisión, sencillez y una gran originalidad, crea un estilo propio que le identifica por la selección que ha realizado de forma consciente o inconsciente de los recursos del lenguaje respondiendo a su universo intelectual, emocional y lingüístico. 

La originalidad está relacionada con la sinceridad, un escritor que no refleje su mundo interior nunca conseguirá ser original.

En su gran uso del lenguaje coloquial, de ahí que se haya llegado a decir que el libro no está escrito sino hablado, el autor domina las formas de redacción (narración y descripción) y las usa conjuntamente a lo largo de todo su relato.
 
Al autor le corresponde no sólo activar un código sintáctico y semántico dentro de una situación comunicativa determinada, sino que debe también conseguir crear ese mismo código en el lector a partir de las informaciones recibidas obligándole a recorrer junto a él la trayectoria que ha trazado.

Identifica lo que ve, lo que intuye, lo que comprende y lo que simboliza extrayendo las características diferenciadoras de cada cosa o lugar y de ahí que utilice un gran número de adjetivos, imágenes, metáforas, comparaciones, etc., haciendo del sentimiento inmediato o de la experiencia vivida una de las características de sus descripciones. 

Estas descripciones actúan como un adjetivo que recogen tanto emociones propias como las de los habitantes de los diferentes lugares por los que pasa, mostrando de forma casi mágica, imágenes descritas con palabras. 

La gran mezcla de oraciones simples y compuestas dotan al texto de heterogeneidad y discontinuidad estilística por lo que permite captar el instante de las situaciones y así provocar un montón de sensaciones en el lector. A través de los recursos de la redacción el autor muestra un viaje sin ideas preconcebidas ni tópicos generalizados por lo que su resultado es un relato lleno de vivencias, sentimientos, conocimientos y muchas emociones sinceras. 

A lo largo del relato se puede apreciar el cambio que surge el autor en su interior, su viaje le transforma, la relación con el lugar y el cambio de relación con el mundo influyen en la mentalidad, personalidad y vinculaciones del viajero. Sin duda una vez más se muestra lo que se puede ver en otros libros de viajes y es que el espíritu del viajero es consecuencia de la forma en la que utiliza las ideas, percepciones e impresiones mientras se desplaza de un lugar a otro. 

A medida que avanza en el viaje aprende los destinos los conoce y los interpreta y lo hace con todos los sentidos físicos, con el olor como por ejemplo a gasolina, con el oído cuando escucha a esos pájaros de la selva, con el gusto a través de la gastronomía e incluso con el tacto. 
 
Otra cosa que llama mucho la atención de este relato son sus personajes. Como decía I. Nemirovsky: “Toda gran novela es como un callejón lleno de gente desconocida”.

Al gran protagonista que es el autor que vive y narra todo en primera persona le acompañan o mejor dicho se relacionan con él esas personas que, o están siempre en el libro, o que aparecen y desaparecen a lo largo de él dejando un trocito de ellos en el corazón del viajero.

Encontramos personajes planos que son aquellos estereotipados, como por ejemplo, aquellos militares de gran carácter que suelen aparecer en los pasos fronterizos, pero también aparecen personajes que aunque irrumpen de forma improvisada, aportan variedad a la trama con sus anécdotas. 

El autor imprime un tono en función de la personalidad y las características de su personaje, creando relaciones íntimas con ellos a través de sus diálogos, por lo tanto encontramos ese estilo directo cuando nos les muestra haciendo o diciendo algo con sus propias palabras aunque en nuestro idioma no sean las más correctas, y también encontramos en algunas ocasiones el estilo indirecto ya que a veces sabemos sólo por boca del autor lo que los personajes dicen o piensan. A través de estos diálogos el autor nos muestra el carácter y modo de pensar, sus anhelos e intenciones potenciando el dinamismo de lo narrado. La medida de los diálogos siempre son apropiados, las intervenciones no son demasiado largas por lo que nunca rompe la fuerza expresiva del texto.
 
De gran importancia en su obra es la forma de caracterizar los personajes; son algo más que voces, ya que consigue que el lector los visualice. En un texto donde el peso de la voz es omnipresente, el autor puede caer a permanecer demasiado tiempo en escena quitando importancia a la historia, pero esto no ocurre ya que el autor consigue un perfecto equilibrio controlando la subjetividad y dando protagonismo a todos esos personajes secundarios que forman parte de su propia vida y que adecua a la perfección la expresión lingüística a los caracteres de los mismos. 

Con todos estos escenarios, recursos y formas de narrar al final nos encontramos con un relato donde se han introducido todos los tipos de recursos narrativos conocidos en una coctelera, se ha agitado y al abrirlo ha aparecido un texto al que no le falta ningún ingrediente.

“El narrador es un viajero que tiene una relación artesanal con su materia prima que es la vida humana y su tarea es narrar a partir de la experiencia, la propia, la ajena y lo hace de forma única”. Walter Benjamin



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